-¿Es usted Violeta Báez?
-S…si, soy yo. ¿Quién es?
-Llamo del hospital-Violeta tragó saliva-¿Sus padres son Carlos
Báez y Marina Chacón?
Comenzó a ponerse nerviosa.
-Si, esos son mis padres. ¿Les ha pasado algo?-preguntó con
una nota histérica.
-Siento decirle…que sus padres han sufrido un accidente.
Por un momento, se queda sin respiración.
-Iban por la carretera y chocaron con otro vehículo. Las
personas con quienes chocaron solo están inconscientes. Pero sus padres…Siento
decirle que no han podido sobrevivir.
Violeta no podía hablar. Se había quedado en estado de shock.
-Hem… ¿Sigue ahí?
Por fin pudo reaccionar.
-Si…sigo aquí-pudo responder con un hilo de voz.
-Lo siento mucho…
Unas lágrimas empezaron a acariciar sus mejillas.
-Por lo que se, usted es menor de edad ¿no?
-Si…tengo quince años.
-Alguien vendrá a su casa para poder internarla en un
Orfanato, como entenderá, no pude quedarse sin tutela.
-Lo entiendo-no le salían las palabras. Su vista se nublaba
por las muchas lágrimas que le caían.
-De acuerdo…pues, siento mucho lo ocurrido y…
-Si-le cortó, era una situación bastante incómoda-Adiós-y colgó.
Se quedó inmóvil durante un buen rato. Después, cayó
lentamente al suelo con las rodillas. Apoyó su espalda contra el banco de la
cocina, y en silencio, comenzó a llorar. Sus hombros se convulsionaban y solo
se escuchaba un leve gemido. Y solo se podía preguntar una cosa.
¿Por qué?
¿Por qué le tiene que pasar a ellos? ¿Por qué le tiene que
pasar a ella esto? ¿Qué haría ahora? Sin ellos, sin sus padres. Estaba perdida,
no podía creerlo. Simplemente, no podía creerlo.
Llamaron a su puerta. Violeta la abrió y descubrió a una
mujer que le sonreía con tristeza. Era alta y llevaba una chaqueta azul con una
falda mediana a juego. Parecía simpática.
-Hola, cielo. Tienes que estar hecha polvo…-dijo con una
nota de tristeza en su voz.
Violeta, sin embargo, todavía no podía hablar. Tenía la cara
empapada de llorar y los ojos rojos.
-Oooh…pobrecita. Soy Dana, seré la encargada de llevarte al
Orfanato. Pero, tranquila, te daré tiempo para que te relajes un poco más y
puedas despedirte de tus amigos. Hoy me quedaré contigo, y mañana ya nos
iremos. Puedes hacer la maleta y llamar a tus compañeros.
Violeta asintió, aún no podía articular ni media palabra.
-Ay-suspiró la mujer-Esto es demasiado para mí. Hem…
¿puedo?-le preguntó con un gesto que indicaba si podía pasar.
Volvió a asentir, y le dejó hueco para que pudiera entrar.
La mujer paseó la vista por la estancia, luego se dirigió a
Violeta y le sonrió con ternura.
-No te preocupes, cielo. Yo ocupo poco espacio, puedo
instalarme en el sofá…
-No, no por favor-le pudo decir Violeta. Las primeras
palabras que le salieron de los labios-Puede…puede dormir en la habitación
de…mis padres.
-Oh no, comprendo que no quieras que una completa
desconocida duerma en el cuarto de tus…padres. Muchos otros niños con la misma
situación que tú me han pedido que
duerma en el sofá. No me importa.
Nuestra protagonista observó a Dana. No la veía durmiendo en
el sillón.
-Bueno, pero yo no soy como los otros niños. Y quiero e
insisto en que duerma en la habitación de mis padres.
Dana sonrió con simpatía.
-Oh, muchas gracias cariño. ¿De verdad no te importa?
-De verdad.
-Muchísimas gracias, te lo agradezco.
Violeta sonrió, pero era una sonrisa forzada. No tenía ganas
de sonreír ni ánimo para nada. Pero quería ser cortés con su nueva invitada.
Dana preparó una sopa de pollo para Violeta. No tenía
apetito, y no se lo hubiera comido de no ser por su mueva “compañera”:
-Entiendo que no tengas ganas, pero debes comer. Y no me voy
a mover de aquí hasta que no te lo termines.
No había más remedio que comérsela, a si que con mucho
esfuerzo, se terminó todo el plato.
Violeta se fue ya a su dormitorio, mientras Dana se quedó un
rato más en el piso de abajo mirando algunos informes suyos.
Tuvo tiempo de llamar a todos sus amigos y decirles la
desagradable noticia. Iban a ir a su casa mañana a primera hora antes de irse,
para poder despedirse bien. Le había resultado muy difícil comunicárselo a sus
compañeros, no solo porque eso le recordaba aún más a sus padres, si no también
porque le iba a resultar muy difícil decirles adiós para siempre. Les quería
mucho y la idea de ir a un Orfanato no es muy acogedora. Mientras hablaba con
Laura, se prometieron escribirse. En el Orfanato al que iba a ir se permitían
las cartas, a si que decidieron escribirse una al menos cada dos días. Como mínimo.
Pensar que su mejor amiga le animaría desde fuera le reconfortaba bastante.
Hundió su cabeza en la almohada y su cabello corto y negro
caía como una cascada sobre la superficie mullida. Cerró los ojos con fuerza.
Sus hombros comenzaron otra vez a convulsionar, su respiración se entrecortaba
y una cascada de lágrimas empezó a rozar sus mejillas. No pudo reprimir lanzar
un grito de rabia, de tristeza… Pero no fue uno, si no tres, cuatro, cinco…
Dana, desde el piso de abajo, escuchó los gritos de agonía
de la pobre chica. Un suspiró de tristeza salió de sus labios. Bajó la mirada y
una leve lagrimilla salió de sus ojos de color miel. Intentó concentrarse en lo
que estaba haciendo mientras los lamentos del piso de arriba seguían
escuchándose.
Las 9:00 de la mañana. Violeta se sacudió las sábanas que la
envolvían, se levantó lentamente, se vistió con desgana cogiendo cualquier cosa
del armario. Tenía poca cosa ya que había hecho la maleta ayer noche.
Fue hacia el baño, se lavó los dientes, se peinó y se
salpicó un poco de agua para desvelarse más y quitarse las marcas que habían en
sus mejillas de la noche anterior. Bajó las escaleras muy despacio con su
maleta en una mano. Abajo, la esperaba Dana con un tazón de leche. Violeta negó
con la cabeza, no le apetecía comer ni beber nada, y esta vez la mujer la dejó
en paz.
Se sentó en el sillón, la última vez que se sentaría ahí.
Dio un rodeo con la mirada de su salón, su cocina, las escaleras… Ya no
volvería a ver eso nunca más. Por un momento vio la imagen de su madre haciendo
unas tostada en la cocina, con su padre leyendo un periódico con su taza de
café. Reprimió el llorar otra vez, pronto vendrían sus amigos y no quería que
la vieran así de primeras.
Tocaron al timbre.
Inspiró hondo, se levantó y se aproximó a la puerta. Abrió
con lentitud y allí estaban. Sus tres grandes amigos, sus únicos amigos,
estaban en frente de ella con una mirada triste. Muy triste.
Violeta no pudo más, se echó
a llorar y se abalanzó hacia ellos. Los tres la abrazaron con fuerza y
también se echaron a llorar. Se oían gemidos, gritos de tristeza, llantos…
Tampoco Dana, que los escuchaba desde dentro, se libró de
llorar.
Violeta se separó un poco de sus compañeros y se despidió de
ellos uno a uno. Primero a Malena, que tenía un pañuelo en sus manos. Se
abrazaron, compartieron lágrimas y se hablaron durante mucho tiempo:
-Te voy a echar de menos-le dijo Malena entre llantos-No se
que haremos sin ti…
-Yo también te echaré de menos…eres una gran amiga, no te
olvidaré nunca-le contestó nuestra joven.
Se separó, no sin esfuerzo, de su querida amiga. Se dirigió
hacia Hadan.
Tenía la cabeza agachada y se oía un leve gemido.
Violeta le abrazó en seguida. Hadan lo aceptó con mucho
gusto, fue un abrazo fuerte, cariñoso y especial.
Ella le había cogido mucho cariño estos últimos años. Le
caía súper bien y siempre la ayudaba en lo que sea. Echaría de menos sus
tonterías, sus historias locas y su manera de criticarlo todo.
Se separaron, él la miró entre lágrimas y Violeta no pudo
resistirse a llorar otra vez.
-Prométeme…que estaremos en contacto…-pudo decir su amigo.
-Te lo prometo…te juro que lo haré-se le quebró la voz en la
última palabra.
Para ella, esto era muy fuerte. Sus padres acababan de
morir, hoy se iba a un orfanato y se estaba despidiendo de sus amigos para
siempre. Y no soportaba verlos llorar.
Y por fin le tocó despedirse de la persona a la que le tenía
un especial y grande cariño. Su mejor amiga, su mitad.
Laura.
No pudieron reprimirse el abrazarse nada más encontrarse una
delante de la otra. Lanzaron gritos de tristeza, no podían soltarse por lo que
hablaron entrelazadas:
-Te voy a echar mucho de menos…no se si podré
soportarlo-casi no podía hablar de lo conmocionada que estaba.
-Yo tampoco…te juro que te escribiré y te tendré en
contacto…no me olvidaré de ti ni un segundo, ¿me oyes?, ni uno. No te quepa la
menor duda.
-Yo también, yo también…no te quitaré de la cabeza nunca. Te
quiero mucho, Vi.
-Te quiero mucho, Laura-y se sumergieron en un mar de
llantos.
Estuvieron así largo tiempo hasta que Dana las tuvo que
separar.
Hora de irse a lo que sería su nuevo hogar.
Todos se quedaron mirando a Violeta coger su maleta, abrir
la puerta del coche y entrar. Ella se puso en una posición en la que la veían
por el cristal trasero. Apoyó la mano en modo de no querer separarse de ellos.
Sus amigos saludaron con tristeza. El motor rugió, el coche se puso en
movimiento y arrancó. Violeta observó como cada vez sus únicos amigos, los
mejores del mundo, se hacían cada vez más pequeños. Y entonces pensó, con mucha
melancolía, que jamás los volvería a ver. Y que esa era la última vez que los
abrazaba y que hablaba.
Cuando ya no hubo rastro de ellos, se encogió con la cara
tapada por las piernas y sollozó en silencio.