jueves, 8 de marzo de 2012

Violeta (Cápitulo 2)


-¿Es usted Violeta Báez?

-S…si, soy yo. ¿Quién es?

-Llamo del hospital-Violeta tragó saliva-¿Sus padres son Carlos Báez y Marina Chacón?

Comenzó a ponerse nerviosa.

-Si, esos son mis padres. ¿Les ha pasado algo?-preguntó con una nota histérica.

-Siento decirle…que sus padres han sufrido un accidente.

Por un momento, se queda sin respiración.

-Iban por la carretera y chocaron con otro vehículo. Las personas con quienes chocaron solo están inconscientes. Pero sus padres…Siento decirle que no han podido sobrevivir.

Violeta no podía hablar. Se había quedado en estado de shock.

-Hem… ¿Sigue ahí?

Por fin pudo reaccionar.

-Si…sigo aquí-pudo responder con un hilo de voz.

-Lo siento mucho…

Unas lágrimas empezaron a acariciar sus mejillas.

-Por lo que se, usted es menor de edad ¿no?

-Si…tengo quince años.

-Alguien vendrá a su casa para poder internarla en un Orfanato, como entenderá, no pude quedarse sin tutela.

-Lo entiendo-no le salían las palabras. Su vista se nublaba por las muchas lágrimas que le caían.

-De acuerdo…pues, siento mucho lo ocurrido y…

-Si-le cortó, era una situación bastante  incómoda-Adiós-y colgó.



Se quedó inmóvil durante un buen rato. Después, cayó lentamente al suelo con las rodillas. Apoyó su espalda contra el banco de la cocina, y en silencio, comenzó a llorar. Sus hombros se convulsionaban y solo se escuchaba un leve gemido. Y solo se podía preguntar una cosa.

¿Por qué?

¿Por qué le tiene que pasar a ellos? ¿Por qué le tiene que pasar a ella esto? ¿Qué haría ahora? Sin ellos, sin sus padres. Estaba perdida, no podía creerlo. Simplemente, no podía creerlo.





Llamaron a su puerta. Violeta la abrió y descubrió a una mujer que le sonreía con tristeza. Era alta y llevaba una chaqueta azul con una falda mediana a juego. Parecía simpática.

-Hola, cielo. Tienes que estar hecha polvo…-dijo con una nota de tristeza en su voz.

Violeta, sin embargo, todavía no podía hablar. Tenía la cara empapada de llorar y los ojos rojos.

-Oooh…pobrecita. Soy Dana, seré la encargada de llevarte al Orfanato. Pero, tranquila, te daré tiempo para que te relajes un poco más y puedas despedirte de tus amigos. Hoy me quedaré contigo, y mañana ya nos iremos. Puedes hacer la maleta y llamar a tus compañeros.

Violeta asintió, aún no podía articular ni media palabra.

-Ay-suspiró la mujer-Esto es demasiado para mí. Hem… ¿puedo?-le preguntó con un gesto que indicaba si podía pasar.

Volvió a asentir, y le dejó hueco para que pudiera entrar.

La mujer paseó la vista por la estancia, luego se dirigió a Violeta y le sonrió con ternura.

-No te preocupes, cielo. Yo ocupo poco espacio, puedo instalarme en el sofá…

-No, no por favor-le pudo decir Violeta. Las primeras palabras que le salieron de los labios-Puede…puede dormir en la habitación de…mis padres.

-Oh no, comprendo que no quieras que una completa desconocida duerma en el cuarto de tus…padres. Muchos otros niños con la misma situación que tú  me han pedido que duerma en el sofá. No me importa.

Nuestra protagonista observó a Dana. No la veía durmiendo en el sillón.

-Bueno, pero yo no soy como los otros niños. Y quiero e insisto en que duerma en la habitación de mis padres.

Dana sonrió con simpatía.

-Oh, muchas gracias cariño. ¿De verdad no te importa?

-De verdad.

-Muchísimas gracias, te lo agradezco.

Violeta sonrió, pero era una sonrisa forzada. No tenía ganas de sonreír ni ánimo para nada. Pero quería ser cortés con su nueva invitada.





Dana preparó una sopa de pollo para Violeta. No tenía apetito, y no se lo hubiera comido de no ser por su mueva “compañera”:

-Entiendo que no tengas ganas, pero debes comer. Y no me voy a mover de aquí hasta que no te lo termines.

No había más remedio que comérsela, a si que con mucho esfuerzo, se terminó todo el plato.



Violeta se fue ya a su dormitorio, mientras Dana se quedó un rato más en el piso de abajo mirando algunos informes suyos.

Tuvo tiempo de llamar a todos sus amigos y decirles la desagradable noticia. Iban a ir a su casa mañana a primera hora antes de irse, para poder despedirse bien. Le había resultado muy difícil comunicárselo a sus compañeros, no solo porque eso le recordaba aún más a sus padres, si no también porque le iba a resultar muy difícil decirles adiós para siempre. Les quería mucho y la idea de ir a un Orfanato no es muy acogedora. Mientras hablaba con Laura, se prometieron escribirse. En el Orfanato al que iba a ir se permitían las cartas, a si que decidieron escribirse una al menos cada dos días. Como mínimo. Pensar que su mejor amiga le animaría desde fuera le reconfortaba bastante.

Hundió su cabeza en la almohada y su cabello corto y negro caía como una cascada sobre la superficie mullida. Cerró los ojos con fuerza. Sus hombros comenzaron otra vez a convulsionar, su respiración se entrecortaba y una cascada de lágrimas empezó a rozar sus mejillas. No pudo reprimir lanzar un grito de rabia, de tristeza… Pero no fue uno, si no tres, cuatro, cinco…

Dana, desde el piso de abajo, escuchó los gritos de agonía de la pobre chica. Un suspiró de tristeza salió de sus labios. Bajó la mirada y una leve lagrimilla salió de sus ojos de color miel. Intentó concentrarse en lo que estaba haciendo mientras los lamentos del piso de arriba seguían escuchándose.





Las 9:00 de la mañana. Violeta se sacudió las sábanas que la envolvían, se levantó lentamente, se vistió con desgana cogiendo cualquier cosa del armario. Tenía poca cosa ya que había hecho la maleta ayer noche.

Fue hacia el baño, se lavó los dientes, se peinó y se salpicó un poco de agua para desvelarse más y quitarse las marcas que habían en sus mejillas de la noche anterior. Bajó las escaleras muy despacio con su maleta en una mano. Abajo, la esperaba Dana con un tazón de leche. Violeta negó con la cabeza, no le apetecía comer ni beber nada, y esta vez la mujer la dejó en paz.

Se sentó en el sillón, la última vez que se sentaría ahí. Dio un rodeo con la mirada de su salón, su cocina, las escaleras… Ya no volvería a ver eso nunca más. Por un momento vio la imagen de su madre haciendo unas tostada en la cocina, con su padre leyendo un periódico con su taza de café. Reprimió el llorar otra vez, pronto vendrían sus amigos y no quería que la vieran así de primeras.

Tocaron al timbre.

Inspiró hondo, se levantó y se aproximó a la puerta. Abrió con lentitud y allí estaban. Sus tres grandes amigos, sus únicos amigos, estaban en frente de ella con una mirada triste. Muy triste.

Violeta no pudo más, se echó  a llorar y se abalanzó hacia ellos. Los tres la abrazaron con fuerza y también se echaron a llorar. Se oían gemidos, gritos de tristeza, llantos…

Tampoco Dana, que los escuchaba desde dentro, se libró de llorar.

Violeta se separó un poco de sus compañeros y se despidió de ellos uno a uno. Primero a Malena, que tenía un pañuelo en sus manos. Se abrazaron, compartieron lágrimas y se hablaron durante mucho tiempo:



-Te voy a echar de menos-le dijo Malena entre llantos-No se que haremos sin ti…

-Yo también te echaré de menos…eres una gran amiga, no te olvidaré nunca-le contestó nuestra joven.

Se separó, no sin esfuerzo, de su querida amiga. Se dirigió hacia Hadan.

Tenía la cabeza agachada y se oía un leve gemido.

Violeta le abrazó en seguida. Hadan lo aceptó con mucho gusto, fue un abrazo fuerte, cariñoso y especial.

Ella le había cogido mucho cariño estos últimos años. Le caía súper bien y siempre la ayudaba en lo que sea. Echaría de menos sus tonterías, sus historias locas y su manera de criticarlo todo.

Se separaron, él la miró entre lágrimas y Violeta no pudo resistirse a llorar otra vez.



-Prométeme…que estaremos en contacto…-pudo decir su amigo.

-Te lo prometo…te juro que lo haré-se le quebró la voz en la última palabra.

Para ella, esto era muy fuerte. Sus padres acababan de morir, hoy se iba a un orfanato y se estaba despidiendo de sus amigos para siempre. Y no soportaba verlos llorar.

Y por fin le tocó despedirse de la persona a la que le tenía un especial y grande cariño. Su mejor amiga, su mitad.

Laura.

No pudieron reprimirse el abrazarse nada más encontrarse una delante de la otra. Lanzaron gritos de tristeza, no podían soltarse por lo que hablaron entrelazadas:



-Te voy a echar mucho de menos…no se si podré soportarlo-casi no podía hablar de lo conmocionada que estaba.

-Yo tampoco…te juro que te escribiré y te tendré en contacto…no me olvidaré de ti ni un segundo, ¿me oyes?, ni uno. No te quepa la menor duda.

-Yo también, yo también…no te quitaré de la cabeza nunca. Te quiero mucho, Vi.

-Te quiero mucho, Laura-y se sumergieron en un mar de llantos.

Estuvieron así largo tiempo hasta que Dana las tuvo que separar.

Hora de irse a lo que sería su nuevo hogar.



Todos se quedaron mirando a Violeta coger su maleta, abrir la puerta del coche y entrar. Ella se puso en una posición en la que la veían por el cristal trasero. Apoyó la mano en modo de no querer separarse de ellos. Sus amigos saludaron con tristeza. El motor rugió, el coche se puso en movimiento y arrancó. Violeta observó como cada vez sus únicos amigos, los mejores del mundo, se hacían cada vez más pequeños. Y entonces pensó, con mucha melancolía, que jamás los volvería a ver. Y que esa era la última vez que los abrazaba y que hablaba.

Cuando ya no hubo rastro de ellos, se encogió con la cara tapada por las piernas y sollozó en silencio.

martes, 21 de febrero de 2012

Otro blog!

Hola! Bueno, decir a todos los curiosos que me siguen que me he hecho otro blog! ^-^ Si señor, otro. Dónde expresaré mis sentimientos y cómo soy.
http://aroundtheworld-andrike.blogspot.com/
Solamente decir, que espero que os guste y que me sigáis también ;)
Gracias y a seguir curioseando!!

domingo, 19 de febrero de 2012

Violeta. Capitulo uno

Uno

Pasó de página. Mordiendo su marca páginas, leía intrigada el libro que le habían regalado por su cumpleaños. Se titulaba: “Soñar para vivir”. Se trataba de una joven que durmió en un profundo sueño y que no puede despertar. Un amigo suyo la intenta salvar, pero para ello tiene que entrar en sus sueños, para poder despertarla. Ya que si la despertaba desde fuera, podría morir.
Estaba apunto de llegar al final, y no podía separar los ojos del libro. Escuchó el sonido de unas llaves, como se introducían en la cerradura. Escuchó pasos y el abrir de la puerta. La persona traía consigo unas bolsas de plástico. Que las depositó en el banco de la cocina.
La joven apartó la vista de su novela y observó como su madre sacaba la comida de las bolsas. Pudo ver a través del plástico una bolsa llena de golosinas y caramelos. En un santiamén, puso su marca páginas por donde se había quedado y fue directa a la cocina.
Esquivó con gran agilidad a su madre y metió la mano en la bolsa donde estaban sus preciadas chuches. Pero la rapidez de la mujer impidió que cogiera aunque sea un poco, pegando a la mano de su hija. Esta gritó de dolor y de sorpresa.

-No, vamos a comer enseguida. Espera un poco, hija-esta suspiró.
-¿No puedo ni un poquito?-dijo señalando con el dedo, como si cogiera algo minúsculo.
-Violeta, ya te he dicho que no-dijo dada ya por acabada la conversación.
Violeta aprovechó un instante en que su madre le dio la espalda para coger una golosina sin que se enterase. Cuando hubo terminado de masticar, le dijo a su madre:

-Oye, sabes que pronto, en el instituto, van a hacer como una especie de fiesta, baile. Y me preguntaba… ¿puedo ir?
-Claro, depende de con quién vayas y qué vas a hacer.
-Por Dios mama, voy con mis amigas, al instituto, a bailar, pasármelo bien y punto.
-Vale, vale. Tranquila, puedes ir.
-¡Gracias!-se acercó y le dio un beso en la mejilla.
Se escuchó otra llave introducirse en la cerradura. Un hombre canoso entró con un maletín de piel en una mano. Parecía cansado.
-Hola, papa-dijo Violeta al pasar junto a él.
-Hola, hija-se desajustó su corbata y se quitó una chaquetilla negra.
La colgó en el perchero y se dirigió a su mujer:
-Buenas noches-le dio un beso.
-Hola, anda ayúdame a hacer la cena.
El marido suspiró.

Violeta entró en su cuarto y se sentó en su escritorio. Tenía que hacer un trabajo de sociales, historia, y tenía que buscar información en Internet. Deslizó sus dedos por su pelo negro oscuro como el carbón. No tenía muchas ganas.
El ordenador se encendió. Marcó la tecla de Internet. Apareció Google, suspiró. Era muy aburrido, pero tenía que entregarlo para el miércoles. Y hoy era lunes. Podía hacerlo mañana, pensó. Se mordió el labio inferior. Tras pensarlo un buen rato, cerró la pestaña de Google. En cambio de hacer su tarea, abrió el Messenger para ver si había alguien conectado. Una amiga suya, Laura, le saludó. Violeta, con mucho gusto, comenzó  una conversación con su amiga.
Hablaron durante un buen tiempo, cuando ya eran las nueve, se despidió de Laura y apagó el ordenador. Bajó las escaleras que separaban los cuartos de las demás habitaciones. Se dirigió a la cocina, donde sus padres habían terminado de hacer la cena.
Puso la mesa y se sentó en una silla, comieron en silencio. Su madre le prohibía encender la televisión mientras comían. Eso le fastidiaba a Violeta. Solo se oían los tenedores al chocar con el plato.
A Violeta le parecía que sus padres la observaban mucho. Hacía ya tiempo que no paraban de mirarla, de mirarla a los ojos. Y eso le ponía nerviosa. Estaba empezando a sospechar que le ocultaban algo.
Cuando terminó cogió su plato y tenedor y los puso en la pila. Fue hacia el comedor y se dejó caer sobre el sofá, encendió la tele y puso un canal al azar. No había nada interesante a esas horas. Su madre se sentó junto a ella. Parecía incómoda y nerviosa. Carraspeó, y Violeta supo que le iba a decir algo:

-Cielo, tengo que decirte algo-carraspeó otra vez.
-Si, dime-dijo ya un poco nerviosa e impaciente.
-¿Nunca…te has preguntado, por qué tienes los ojos violetas?
-Pues…no, los habré heredado ¿no?
-Ni tú padre ni yo tenemos esos ojos.
-Pues…algún antepasado o alguien los tendrá.
Su madre negó con la cabeza.
-Cariño-comenzó-nadie tiene ese color, tú los tienes violetas por algo especial. Eres muy importante. Y esos ojos lo demuestran.
-No se a donde quieres parar, mama.
La mujer inspiró hondo.
-Tengo algo que decirte, tú tienes esos ojos porque…-se interrumpió porque su padre se coló en la conversación.
-Tú tienes esos ojos porque eres única. Y una chica con mucha suerte-le sonrió.
Violeta también sonrió, y por poco se enrojece.
-Anda, ves a la cama. Es tarde-le hizo caso a su padre y se fue hacia su habitación.
Esperaron hasta que no la vieron, entonces su madre le habló a su marido:
-Pero ¿qué haces? Se lo tenemos que decir.
-Ya lo se…
Violeta salió de su habitación a por un poco de agua, pasó junto a ellos sin querer y escuchó con atención, no se dieron cuenta.
-Algún día se lo tenemos que decir-hablaba su madre en un susurro.
-Lo se, lo se. Pero aún no. Esperemos un poco más, es demasiado pronto.
La mujer asintió con la cabeza.

Su hija, que estaba bien escondida, escuchó todo con mucho interés. ¿Qué era eso que le tenían que contar? ¿Tenía relación con sus ojos violetas? No entendía nada, pero dejó pasar ese detalle por el momento. Subió las escaleras y se fue a dormir. Consiguió olvidarse de esa conversación con facilidad, y durmió como un tronco.

Escuchó un pitido. Sonaba lejos, pero a medida que se despertaba el sonido se hacía más intenso. Era el despertador. Medio dormida, lo apagó. Hora de ir al instituto. Suspiró. Se quitó de encima las sabanas que la cubrían. Abrió el armario, buscó la ropa que iba ponerse. Cogió unos simples pantalones vaqueros y una camiseta de tirantes blanca. Se puso sus zapatillas favoritas, eran blancas y negras y muy cómodas. Bajó las escaleras y se sentó en la mesa para desayunar. Su padre estaba delante de ella con una taza de café mientras leía el periódico. Su madre le trajo una tostada con miel y un vaso de zumo. Violeta se lo agradeció, tenía bastante hambre. Entonces su padre habló:

-Ah, no te lo hemos dicho. Hoy tu madre y yo vamos a la tía, esta enferma. ¿Vienes?
-Eeee…no, tengo que estudiar. Y si voy se que no lo haré-dijo excusándose de ir a casa de su tía.
-Oh, vale. Me parece estupendo.
Violeta quería a su tía pero…se ponía muy pesada. Que si ya ha encontrado a un chico, que “Que grande estás”, “Yo conozco a un chico maravilloso”… Se ponía nerviosa con ella y acababa harta. Y aunque estaba enferma ella siempre sacaría el tema de encontrar novio como sea.

-Llegaremos un poco tarde, ya sabes que vive un poco lejos-le dijo su madre.
-No importa, me las se apañar yo sola.
El padre miró su reloj y se puso nervioso, era ya muy tarde.
-Dios mío llego tarde, luego nos vemos-se acercó a su mujer y le dio un beso de despedida, luego se dirigió a Violeta y le besó en la mejilla.

Salió precipitadamente de la casa en dirección a su coche. Se escuchó el motor y como se alejaba. En la sala solo quedaban Violeta y su madre.
La mujer se estaba haciendo otra tostada con mermelada, mientras su hija masticaba con lentitud.
Violeta era así, se tomaba las cosas con calma, incluso el desayuno. No quería llegar pronto para estar de pie esperando a que abrieran la gran verja de su instituto. Pero a veces tenía un pequeño problema, tenía la costumbre de llegar casi siempre un poco tarde. Y lo sabía, pero no podía remediar comer con lentitud.
Su madre se sentó junto a ella con una taza de café en una mano y con la otra su tostada. La mordisqueó, haciendo que sonara un crujido. Después de masticar la mujer le habló a su hija:

-Como no comas rápido vas a llegar tarde-y añadió-Otra vez.
-Lo se-le contestó mientras bostezaba-ya voy.
Se metió lo que quedaba de su desayuno a la boca y bebió un poco de zumo. Se levantó y se dirigió a su habitación para recoger su mochila.
Bajó las escaleras con estrépito y cogió sus llaves. Después anunció:
-¡Me voy! ¡Hasta luego!
Iba a marcharse hasta que la voz de su madre le dejó con la puerta entreabierta.
-¡Espera!-y se puso junto a ella-Bueno, ya sabes que nos vamos a la casa de la tía. Posiblemente cuando llegues ya no estaremos aquí. Si necesitas cualquier cosa, cualquier cosa-repitió-llámanos ¿De acuerdo?
-Si, mama, tranquila. He estado un montón de veces sola en casa. Esta vez no va a ser distinto ¿no?
Su madre la miró y sonrió con ternura.
-Solo digo que tengas cuidado ¿vale?-y le acarició la mejilla con su mano.
Violeta la miró extrañada, eso no era típico de ella. Algo en sus palabras sonaba raro.
-Claro, como siempre. Adiós, mama-se despidió mientras se alejaba por la calle.
La mujer la observaba con un gran cariño. Cuando ya se marchó lo bastante lejos, suspiró.


Como siempre, llegaba tarde. Estaban a punto de cerrar la puerta, y mira que esta vez había comido más rápido de lo normal. “Habrá sido el perro que me he encontrado”, pensó.
Caminando hasta el instituto se había encontrado un pobre perro abandonado. Se había agachado junto a él y le había dado un poco de su almuerzo. Naturalmente no podía llevárselo, primero porque iba a sus clases no a su casa. Y segundo porque aunque fuera a su casa su madre no le dejaría tenerlo. A si que se había retrasado con el perrito porque no podía separarse de él. Otra de sus debilidades, los animales.
Entró en su respectiva clase con una disculpa y se sentó en su pupitre. Allí estaba su amiga Laura, se sentaba con ella todas las clases menos en las que los profesores elegían por ellos. Sacó sus libros y su estuche e intentó seguir el hilo de las explicaciones.
Su amiga le habló en un susurro:
-¿Otra vez Vi? ¿Cuándo vas a venir a la hora?
-Pues posiblemente nunca, pero que sepas que lo estoy intentando.
Su amiga suspiró.
-Eres un caso perdido, Vi.

Sonó el timbre, hora del recreo. Guardó todos sus libros en la mochila y aguardó a su amiga. Luego bajaron las escaleras para llegar al primer piso. Una vez allí se dirigieron al exterior. Allí los esperaban sus otros dos amigos, Hadan y Malena.
Violeta no era una chica muy popular y le costaba hacer compañeros. Tuvo la gran suerte de haber encontrado estos tres, porque eran como ella. Eran reservados y también eran muy peculiares a la hora de encontrar unos amigos.
Hadan era alto y casi siempre llevaba el pelo alborotado. Sus ojos eran de color negro y, digamos, era medio gótico. Siempre llevaba una pulsera de pinchos y siempre iba de negro. Pero no era uno de estos góticos que se maquillan y que parecen unos muertos de verdad. No. Él era un chico normal, que siempre va un poco lúgubre  pero con ropa normal.
Malena era una chica bajita y muy maja. Su pelo era rubio y ondulado y sus ojos de un color verde oscuro. Era muy guapa, sin embargo a veces se metían con ella solo por llevar unas cuantas pecas en la cara. Pero eso no le quitaba atractivo.
Y bueno, Laura era la mejor amiga de Violeta. No solo porque ella fue la primera y única en hablarle en clase. También porque tiene bastantes cosas en común con ella. Para empezar, se parecen en el aspecto. Laura tenía el pelo un poco más largo que Violeta, pero el mismo color negro carbón. Tenían la misma estatura y eran igual de delgadillas. No tenía sus ojos, pero bueno, no todo sería igual. Y además; tenían los mismos gustos musicales, odiaban las mismas cosas, los mismos gustos de cocina, las mismas asignaturas preferidas y los mismos estilos de vestir. Violeta se sentía muy bien de haber encontrado a alguien así.

Hadan le quitaba el papel de aluminio a su bocata. Al ver su contenido puso una mueca de disgusto.
-Oh, otra vez paté. ¿Es que no sabe poner otra cosa?
-No lo tomes con tu madre, tómalo con la comida que hay en tu casa-le dijo Malena.
-Si, ¿y quién compra la comida? Mi madre, a si que le voy a echar las culpas a ella-de reojo observó el bocadillo de Violeta-Oye, ¿me lo cambiaas?
-No, yo quiero mi bocadillo.
-Jo, es que el tuyo es de jamón.
-¿Y?
-Pues que es injusto, ¡yo quiero!
Violeta se encogió de hombros.
-Díselo a tu madre.
Con desgana, Hadan empezó a masticar su almuerzo.

Tras pasar un rato hablando de sus cosas, Laura les planteó una cosa:
-Ey, podíamos ir esta tarde al nuevo parque que han hecho. De paso, nos distraemos un poco. Que yo me aburro.
-Vale, porque tenía ganas de ir a verlo. También han hecho un kiosco en frente y quiero comprar algo-le dijo Malena.
-Por mi bien-le contestó Hadan-Yo también me aburro y prefiero ir por ahí a quedarme en casa.
-Bien, ¿y tú Violeta?
Ella le dirigió una mirada de disculpa.
-Lo siento, no puedo. Aún tengo que hacer el trabajo de historia y hoy no están mis padres. No creo que les guste que salga de casa sin su consentimiento.
-Pues mejor, no se enterarán ¿no?-le propuso su amigo gótico.
-No, lo siento. Prefiero quedarme en casa y hacer el trabajo. Otro día, ¿vale?
-No pasa nada-le consoló Malena-Esas cosas pasan, otro día quedaremos todos.
Violeta sonrió.
-Gracias.
Violeta se despidió de sus amigos y se encaminó hacia su casa. Tocó el timbre, pero nadie le abrió. Entonces recordó que sus padres se habían ido. Sacó sus llaves del bolsillo de su chaqueta. Metió la llave correcta en la cerradura y esta se abrió. Dejó su mochila en el suelo de la entrada y fue hacia la cocina para comer algo. Y vio una nota en la nevera:


                 Violeta, tu padre y yo ya nos hemos ido como sabrás.
                 Te he dejado unos macarrones en la nevera, caliéntalos
                 y listo.
                                                                Te quiere mucho, mama.



-Vaya, macarrones-suspiró.
Abrió la nevera y sacó el bol de macarrones. Los puso en microondas y esperó.
Como sus padres no estaban, pudo permitirse el lujo de ver la televisión mientras comía. A si que la enchufó. No es que hicieran buenos programas, pero por lo menos se distraía.

Terminó de comerse todo el bol y los puso en el fregadero. Le hizo un favor a su madre y fregó el cacharro.
Se dirigió a su cuarto y puso el ordenador en marcha. Esta vez tenía que hacer el trabajo como sea. Solo hizo un poco el domingo, pero aun así aún le quedaban 98 páginas que rellenar. A si que se puso manos a la obra.
Tardó casi toda la tarde, cuando hubo terminado ya eran las ocho y cuarto. Se sorprendió bastante saber que aún no habían llegado sus padres. Vale, su tía estaba lejos, pero no tanto. A las siete o por ahí deberían haber vuelto ya.
Cogió el móvil y marcó el número de su madre, porque su padre estaría conduciendo y no quería molestarle. Sonaron varios pitidos, pero no contestaron. Lo volvió a intentar, pero nadie contestó. Probó con su padre y lo mismo. Esto ya empezaba a preocuparle.
Ellos siempre tenían el móvil encendido.
Entonces sonó el teléfono de casa.
Violeta corrió a por él y descolgó. Y una voz desconocida le hablaba desde el otro lado


jueves, 16 de febrero de 2012

Violeta (Prólogo)

Prólogo                                       

Una niña. Ha nacido una niña. Están en el hospital, se oye a alguien llorar. Más bien, a un niño llorar. La médica la coge y la sostiene en sus brazos, mientras esta sigue derramando lágrimas. Su madre está en la camilla, exhausta, cansada. La doctora mira a la recién nacida. Una niña, si, muy normal. Pero tiene algo peculiar, algo asombroso. La chica la observa, con los ojos muy abiertos. Un poco más y abre la boca de par en par. Nunca en su vida, había visto a alguien así. Había visto casos peculiares pero nunca como este. Esta niña demostraba que podían existir personas así, con esos ojos…
Se lo da a su madre, ella la mece en sus brazos, sus miradas se cruzan. Madre e hija se observan, ella sonríe con tristeza. Su padre llegó a la sala y se acercó a ellas. Los dos la miran, la mujer le dedica una mirada llena de mucha información al padre. Este parece entenderla. Vuelven a observar a su hija, esta los mira entre lágrimas. Sus ojos relucen como estrellas, sus ojos de color violeta. Un violeta hermoso. Su madre sabía lo que pasaría, sabía lo que haría de mayor, la responsabilidad que tendrá, y que algún día se lo tendría que decir. Decidida, su madre le otorga su nombre. El nombre que marcaría su vida. La llamaron, Violeta.


Bueno, me presento como Andrike, soy una joven escritora (...). Es mi primera historia, así que espero muchas sugerencias, quejas y alabanzas ;)
Seguiré escribiendo pronto, un saludo.