jueves, 8 de marzo de 2012

Violeta (Cápitulo 2)


-¿Es usted Violeta Báez?

-S…si, soy yo. ¿Quién es?

-Llamo del hospital-Violeta tragó saliva-¿Sus padres son Carlos Báez y Marina Chacón?

Comenzó a ponerse nerviosa.

-Si, esos son mis padres. ¿Les ha pasado algo?-preguntó con una nota histérica.

-Siento decirle…que sus padres han sufrido un accidente.

Por un momento, se queda sin respiración.

-Iban por la carretera y chocaron con otro vehículo. Las personas con quienes chocaron solo están inconscientes. Pero sus padres…Siento decirle que no han podido sobrevivir.

Violeta no podía hablar. Se había quedado en estado de shock.

-Hem… ¿Sigue ahí?

Por fin pudo reaccionar.

-Si…sigo aquí-pudo responder con un hilo de voz.

-Lo siento mucho…

Unas lágrimas empezaron a acariciar sus mejillas.

-Por lo que se, usted es menor de edad ¿no?

-Si…tengo quince años.

-Alguien vendrá a su casa para poder internarla en un Orfanato, como entenderá, no pude quedarse sin tutela.

-Lo entiendo-no le salían las palabras. Su vista se nublaba por las muchas lágrimas que le caían.

-De acuerdo…pues, siento mucho lo ocurrido y…

-Si-le cortó, era una situación bastante  incómoda-Adiós-y colgó.



Se quedó inmóvil durante un buen rato. Después, cayó lentamente al suelo con las rodillas. Apoyó su espalda contra el banco de la cocina, y en silencio, comenzó a llorar. Sus hombros se convulsionaban y solo se escuchaba un leve gemido. Y solo se podía preguntar una cosa.

¿Por qué?

¿Por qué le tiene que pasar a ellos? ¿Por qué le tiene que pasar a ella esto? ¿Qué haría ahora? Sin ellos, sin sus padres. Estaba perdida, no podía creerlo. Simplemente, no podía creerlo.





Llamaron a su puerta. Violeta la abrió y descubrió a una mujer que le sonreía con tristeza. Era alta y llevaba una chaqueta azul con una falda mediana a juego. Parecía simpática.

-Hola, cielo. Tienes que estar hecha polvo…-dijo con una nota de tristeza en su voz.

Violeta, sin embargo, todavía no podía hablar. Tenía la cara empapada de llorar y los ojos rojos.

-Oooh…pobrecita. Soy Dana, seré la encargada de llevarte al Orfanato. Pero, tranquila, te daré tiempo para que te relajes un poco más y puedas despedirte de tus amigos. Hoy me quedaré contigo, y mañana ya nos iremos. Puedes hacer la maleta y llamar a tus compañeros.

Violeta asintió, aún no podía articular ni media palabra.

-Ay-suspiró la mujer-Esto es demasiado para mí. Hem… ¿puedo?-le preguntó con un gesto que indicaba si podía pasar.

Volvió a asentir, y le dejó hueco para que pudiera entrar.

La mujer paseó la vista por la estancia, luego se dirigió a Violeta y le sonrió con ternura.

-No te preocupes, cielo. Yo ocupo poco espacio, puedo instalarme en el sofá…

-No, no por favor-le pudo decir Violeta. Las primeras palabras que le salieron de los labios-Puede…puede dormir en la habitación de…mis padres.

-Oh no, comprendo que no quieras que una completa desconocida duerma en el cuarto de tus…padres. Muchos otros niños con la misma situación que tú  me han pedido que duerma en el sofá. No me importa.

Nuestra protagonista observó a Dana. No la veía durmiendo en el sillón.

-Bueno, pero yo no soy como los otros niños. Y quiero e insisto en que duerma en la habitación de mis padres.

Dana sonrió con simpatía.

-Oh, muchas gracias cariño. ¿De verdad no te importa?

-De verdad.

-Muchísimas gracias, te lo agradezco.

Violeta sonrió, pero era una sonrisa forzada. No tenía ganas de sonreír ni ánimo para nada. Pero quería ser cortés con su nueva invitada.





Dana preparó una sopa de pollo para Violeta. No tenía apetito, y no se lo hubiera comido de no ser por su mueva “compañera”:

-Entiendo que no tengas ganas, pero debes comer. Y no me voy a mover de aquí hasta que no te lo termines.

No había más remedio que comérsela, a si que con mucho esfuerzo, se terminó todo el plato.



Violeta se fue ya a su dormitorio, mientras Dana se quedó un rato más en el piso de abajo mirando algunos informes suyos.

Tuvo tiempo de llamar a todos sus amigos y decirles la desagradable noticia. Iban a ir a su casa mañana a primera hora antes de irse, para poder despedirse bien. Le había resultado muy difícil comunicárselo a sus compañeros, no solo porque eso le recordaba aún más a sus padres, si no también porque le iba a resultar muy difícil decirles adiós para siempre. Les quería mucho y la idea de ir a un Orfanato no es muy acogedora. Mientras hablaba con Laura, se prometieron escribirse. En el Orfanato al que iba a ir se permitían las cartas, a si que decidieron escribirse una al menos cada dos días. Como mínimo. Pensar que su mejor amiga le animaría desde fuera le reconfortaba bastante.

Hundió su cabeza en la almohada y su cabello corto y negro caía como una cascada sobre la superficie mullida. Cerró los ojos con fuerza. Sus hombros comenzaron otra vez a convulsionar, su respiración se entrecortaba y una cascada de lágrimas empezó a rozar sus mejillas. No pudo reprimir lanzar un grito de rabia, de tristeza… Pero no fue uno, si no tres, cuatro, cinco…

Dana, desde el piso de abajo, escuchó los gritos de agonía de la pobre chica. Un suspiró de tristeza salió de sus labios. Bajó la mirada y una leve lagrimilla salió de sus ojos de color miel. Intentó concentrarse en lo que estaba haciendo mientras los lamentos del piso de arriba seguían escuchándose.





Las 9:00 de la mañana. Violeta se sacudió las sábanas que la envolvían, se levantó lentamente, se vistió con desgana cogiendo cualquier cosa del armario. Tenía poca cosa ya que había hecho la maleta ayer noche.

Fue hacia el baño, se lavó los dientes, se peinó y se salpicó un poco de agua para desvelarse más y quitarse las marcas que habían en sus mejillas de la noche anterior. Bajó las escaleras muy despacio con su maleta en una mano. Abajo, la esperaba Dana con un tazón de leche. Violeta negó con la cabeza, no le apetecía comer ni beber nada, y esta vez la mujer la dejó en paz.

Se sentó en el sillón, la última vez que se sentaría ahí. Dio un rodeo con la mirada de su salón, su cocina, las escaleras… Ya no volvería a ver eso nunca más. Por un momento vio la imagen de su madre haciendo unas tostada en la cocina, con su padre leyendo un periódico con su taza de café. Reprimió el llorar otra vez, pronto vendrían sus amigos y no quería que la vieran así de primeras.

Tocaron al timbre.

Inspiró hondo, se levantó y se aproximó a la puerta. Abrió con lentitud y allí estaban. Sus tres grandes amigos, sus únicos amigos, estaban en frente de ella con una mirada triste. Muy triste.

Violeta no pudo más, se echó  a llorar y se abalanzó hacia ellos. Los tres la abrazaron con fuerza y también se echaron a llorar. Se oían gemidos, gritos de tristeza, llantos…

Tampoco Dana, que los escuchaba desde dentro, se libró de llorar.

Violeta se separó un poco de sus compañeros y se despidió de ellos uno a uno. Primero a Malena, que tenía un pañuelo en sus manos. Se abrazaron, compartieron lágrimas y se hablaron durante mucho tiempo:



-Te voy a echar de menos-le dijo Malena entre llantos-No se que haremos sin ti…

-Yo también te echaré de menos…eres una gran amiga, no te olvidaré nunca-le contestó nuestra joven.

Se separó, no sin esfuerzo, de su querida amiga. Se dirigió hacia Hadan.

Tenía la cabeza agachada y se oía un leve gemido.

Violeta le abrazó en seguida. Hadan lo aceptó con mucho gusto, fue un abrazo fuerte, cariñoso y especial.

Ella le había cogido mucho cariño estos últimos años. Le caía súper bien y siempre la ayudaba en lo que sea. Echaría de menos sus tonterías, sus historias locas y su manera de criticarlo todo.

Se separaron, él la miró entre lágrimas y Violeta no pudo resistirse a llorar otra vez.



-Prométeme…que estaremos en contacto…-pudo decir su amigo.

-Te lo prometo…te juro que lo haré-se le quebró la voz en la última palabra.

Para ella, esto era muy fuerte. Sus padres acababan de morir, hoy se iba a un orfanato y se estaba despidiendo de sus amigos para siempre. Y no soportaba verlos llorar.

Y por fin le tocó despedirse de la persona a la que le tenía un especial y grande cariño. Su mejor amiga, su mitad.

Laura.

No pudieron reprimirse el abrazarse nada más encontrarse una delante de la otra. Lanzaron gritos de tristeza, no podían soltarse por lo que hablaron entrelazadas:



-Te voy a echar mucho de menos…no se si podré soportarlo-casi no podía hablar de lo conmocionada que estaba.

-Yo tampoco…te juro que te escribiré y te tendré en contacto…no me olvidaré de ti ni un segundo, ¿me oyes?, ni uno. No te quepa la menor duda.

-Yo también, yo también…no te quitaré de la cabeza nunca. Te quiero mucho, Vi.

-Te quiero mucho, Laura-y se sumergieron en un mar de llantos.

Estuvieron así largo tiempo hasta que Dana las tuvo que separar.

Hora de irse a lo que sería su nuevo hogar.



Todos se quedaron mirando a Violeta coger su maleta, abrir la puerta del coche y entrar. Ella se puso en una posición en la que la veían por el cristal trasero. Apoyó la mano en modo de no querer separarse de ellos. Sus amigos saludaron con tristeza. El motor rugió, el coche se puso en movimiento y arrancó. Violeta observó como cada vez sus únicos amigos, los mejores del mundo, se hacían cada vez más pequeños. Y entonces pensó, con mucha melancolía, que jamás los volvería a ver. Y que esa era la última vez que los abrazaba y que hablaba.

Cuando ya no hubo rastro de ellos, se encogió con la cara tapada por las piernas y sollozó en silencio.

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