Uno
Pasó de página. Mordiendo su marca páginas, leía intrigada el libro que le habían regalado por su cumpleaños. Se titulaba: “Soñar para vivir”. Se trataba de una joven que durmió en un profundo sueño y que no puede despertar. Un amigo suyo la intenta salvar, pero para ello tiene que entrar en sus sueños, para poder despertarla. Ya que si la despertaba desde fuera, podría morir.
Estaba apunto de llegar al final, y no podía separar los ojos del libro. Escuchó el sonido de unas llaves, como se introducían en la cerradura. Escuchó pasos y el abrir de la puerta. La persona traía consigo unas bolsas de plástico. Que las depositó en el banco de la cocina.
La joven apartó la vista de su novela y observó como su madre sacaba la comida de las bolsas. Pudo ver a través del plástico una bolsa llena de golosinas y caramelos. En un santiamén, puso su marca páginas por donde se había quedado y fue directa a la cocina.
Esquivó con gran agilidad a su madre y metió la mano en la bolsa donde estaban sus preciadas chuches. Pero la rapidez de la mujer impidió que cogiera aunque sea un poco, pegando a la mano de su hija. Esta gritó de dolor y de sorpresa.
-No, vamos a comer enseguida. Espera un poco, hija-esta suspiró.
-¿No puedo ni un poquito?-dijo señalando con el dedo, como si cogiera algo minúsculo.
-Violeta, ya te he dicho que no-dijo dada ya por acabada la conversación.
Violeta aprovechó un instante en que su madre le dio la espalda para coger una golosina sin que se enterase. Cuando hubo terminado de masticar, le dijo a su madre:
-Oye, sabes que pronto, en el instituto, van a hacer como una especie de fiesta, baile. Y me preguntaba… ¿puedo ir?
-Claro, depende de con quién vayas y qué vas a hacer.
-Por Dios mama, voy con mis amigas, al instituto, a bailar, pasármelo bien y punto.
-Vale, vale. Tranquila, puedes ir.
-¡Gracias!-se acercó y le dio un beso en la mejilla.
Se escuchó otra llave introducirse en la cerradura. Un hombre canoso entró con un maletín de piel en una mano. Parecía cansado.
-Hola, papa-dijo Violeta al pasar junto a él.
-Hola, hija-se desajustó su corbata y se quitó una chaquetilla negra.
La colgó en el perchero y se dirigió a su mujer:
-Buenas noches-le dio un beso.
-Hola, anda ayúdame a hacer la cena.
El marido suspiró.
Violeta entró en su cuarto y se sentó en su escritorio. Tenía que hacer un trabajo de sociales, historia, y tenía que buscar información en Internet. Deslizó sus dedos por su pelo negro oscuro como el carbón. No tenía muchas ganas.
El ordenador se encendió. Marcó la tecla de Internet. Apareció Google, suspiró. Era muy aburrido, pero tenía que entregarlo para el miércoles. Y hoy era lunes. Podía hacerlo mañana, pensó. Se mordió el labio inferior. Tras pensarlo un buen rato, cerró la pestaña de Google. En cambio de hacer su tarea, abrió el Messenger para ver si había alguien conectado. Una amiga suya, Laura, le saludó. Violeta, con mucho gusto, comenzó una conversación con su amiga.
Hablaron durante un buen tiempo, cuando ya eran las nueve, se despidió de Laura y apagó el ordenador. Bajó las escaleras que separaban los cuartos de las demás habitaciones. Se dirigió a la cocina, donde sus padres habían terminado de hacer la cena.
Puso la mesa y se sentó en una silla, comieron en silencio. Su madre le prohibía encender la televisión mientras comían. Eso le fastidiaba a Violeta. Solo se oían los tenedores al chocar con el plato.
A Violeta le parecía que sus padres la observaban mucho. Hacía ya tiempo que no paraban de mirarla, de mirarla a los ojos. Y eso le ponía nerviosa. Estaba empezando a sospechar que le ocultaban algo.
Cuando terminó cogió su plato y tenedor y los puso en la pila. Fue hacia el comedor y se dejó caer sobre el sofá, encendió la tele y puso un canal al azar. No había nada interesante a esas horas. Su madre se sentó junto a ella. Parecía incómoda y nerviosa. Carraspeó, y Violeta supo que le iba a decir algo:
-Cielo, tengo que decirte algo-carraspeó otra vez.
-Si, dime-dijo ya un poco nerviosa e impaciente.
-¿Nunca…te has preguntado, por qué tienes los ojos violetas?
-Pues…no, los habré heredado ¿no?
-Ni tú padre ni yo tenemos esos ojos.
-Pues…algún antepasado o alguien los tendrá.
Su madre negó con la cabeza.
-Cariño-comenzó-nadie tiene ese color, tú los tienes violetas por algo especial. Eres muy importante. Y esos ojos lo demuestran.
-No se a donde quieres parar, mama.
La mujer inspiró hondo.
-Tengo algo que decirte, tú tienes esos ojos porque…-se interrumpió porque su padre se coló en la conversación.
-Tú tienes esos ojos porque eres única. Y una chica con mucha suerte-le sonrió.
Violeta también sonrió, y por poco se enrojece.
-Anda, ves a la cama. Es tarde-le hizo caso a su padre y se fue hacia su habitación.
Esperaron hasta que no la vieron, entonces su madre le habló a su marido:
-Pero ¿qué haces? Se lo tenemos que decir.
-Ya lo se…
Violeta salió de su habitación a por un poco de agua, pasó junto a ellos sin querer y escuchó con atención, no se dieron cuenta.
-Algún día se lo tenemos que decir-hablaba su madre en un susurro.
-Lo se, lo se. Pero aún no. Esperemos un poco más, es demasiado pronto.
La mujer asintió con la cabeza.
Su hija, que estaba bien escondida, escuchó todo con mucho interés. ¿Qué era eso que le tenían que contar? ¿Tenía relación con sus ojos violetas? No entendía nada, pero dejó pasar ese detalle por el momento. Subió las escaleras y se fue a dormir. Consiguió olvidarse de esa conversación con facilidad, y durmió como un tronco.
Escuchó un pitido. Sonaba lejos, pero a medida que se despertaba el sonido se hacía más intenso. Era el despertador. Medio dormida, lo apagó. Hora de ir al instituto. Suspiró. Se quitó de encima las sabanas que la cubrían. Abrió el armario, buscó la ropa que iba ponerse. Cogió unos simples pantalones vaqueros y una camiseta de tirantes blanca. Se puso sus zapatillas favoritas, eran blancas y negras y muy cómodas. Bajó las escaleras y se sentó en la mesa para desayunar. Su padre estaba delante de ella con una taza de café mientras leía el periódico. Su madre le trajo una tostada con miel y un vaso de zumo. Violeta se lo agradeció, tenía bastante hambre. Entonces su padre habló:
-Ah, no te lo hemos dicho. Hoy tu madre y yo vamos a la tía, esta enferma. ¿Vienes?
-Eeee…no, tengo que estudiar. Y si voy se que no lo haré-dijo excusándose de ir a casa de su tía.
-Oh, vale. Me parece estupendo.
Violeta quería a su tía pero…se ponía muy pesada. Que si ya ha encontrado a un chico, que “Que grande estás”, “Yo conozco a un chico maravilloso”… Se ponía nerviosa con ella y acababa harta. Y aunque estaba enferma ella siempre sacaría el tema de encontrar novio como sea.
-Llegaremos un poco tarde, ya sabes que vive un poco lejos-le dijo su madre.
-No importa, me las se apañar yo sola.
El padre miró su reloj y se puso nervioso, era ya muy tarde.
-Dios mío llego tarde, luego nos vemos-se acercó a su mujer y le dio un beso de despedida, luego se dirigió a Violeta y le besó en la mejilla.
Salió precipitadamente de la casa en dirección a su coche. Se escuchó el motor y como se alejaba. En la sala solo quedaban Violeta y su madre.
La mujer se estaba haciendo otra tostada con mermelada, mientras su hija masticaba con lentitud.
Violeta era así, se tomaba las cosas con calma, incluso el desayuno. No quería llegar pronto para estar de pie esperando a que abrieran la gran verja de su instituto. Pero a veces tenía un pequeño problema, tenía la costumbre de llegar casi siempre un poco tarde. Y lo sabía, pero no podía remediar comer con lentitud.
Su madre se sentó junto a ella con una taza de café en una mano y con la otra su tostada. La mordisqueó, haciendo que sonara un crujido. Después de masticar la mujer le habló a su hija:
-Como no comas rápido vas a llegar tarde-y añadió-Otra vez.
-Lo se-le contestó mientras bostezaba-ya voy.
Se metió lo que quedaba de su desayuno a la boca y bebió un poco de zumo. Se levantó y se dirigió a su habitación para recoger su mochila.
Bajó las escaleras con estrépito y cogió sus llaves. Después anunció:
-¡Me voy! ¡Hasta luego!
Iba a marcharse hasta que la voz de su madre le dejó con la puerta entreabierta.
-¡Espera!-y se puso junto a ella-Bueno, ya sabes que nos vamos a la casa de la tía. Posiblemente cuando llegues ya no estaremos aquí. Si necesitas cualquier cosa, cualquier cosa-repitió-llámanos ¿De acuerdo?
-Si, mama, tranquila. He estado un montón de veces sola en casa. Esta vez no va a ser distinto ¿no?
Su madre la miró y sonrió con ternura.
-Solo digo que tengas cuidado ¿vale?-y le acarició la mejilla con su mano.
Violeta la miró extrañada, eso no era típico de ella. Algo en sus palabras sonaba raro.
-Claro, como siempre. Adiós, mama-se despidió mientras se alejaba por la calle.
La mujer la observaba con un gran cariño. Cuando ya se marchó lo bastante lejos, suspiró.
Como siempre, llegaba tarde. Estaban a punto de cerrar la puerta, y mira que esta vez había comido más rápido de lo normal. “Habrá sido el perro que me he encontrado”, pensó.
Caminando hasta el instituto se había encontrado un pobre perro abandonado. Se había agachado junto a él y le había dado un poco de su almuerzo. Naturalmente no podía llevárselo, primero porque iba a sus clases no a su casa. Y segundo porque aunque fuera a su casa su madre no le dejaría tenerlo. A si que se había retrasado con el perrito porque no podía separarse de él. Otra de sus debilidades, los animales.
Entró en su respectiva clase con una disculpa y se sentó en su pupitre. Allí estaba su amiga Laura, se sentaba con ella todas las clases menos en las que los profesores elegían por ellos. Sacó sus libros y su estuche e intentó seguir el hilo de las explicaciones.
Su amiga le habló en un susurro:
-¿Otra vez Vi? ¿Cuándo vas a venir a la hora?
-Pues posiblemente nunca, pero que sepas que lo estoy intentando.
Su amiga suspiró.
-Eres un caso perdido, Vi.
Sonó el timbre, hora del recreo. Guardó todos sus libros en la mochila y aguardó a su amiga. Luego bajaron las escaleras para llegar al primer piso. Una vez allí se dirigieron al exterior. Allí los esperaban sus otros dos amigos, Hadan y Malena.
Violeta no era una chica muy popular y le costaba hacer compañeros. Tuvo la gran suerte de haber encontrado estos tres, porque eran como ella. Eran reservados y también eran muy peculiares a la hora de encontrar unos amigos.
Hadan era alto y casi siempre llevaba el pelo alborotado. Sus ojos eran de color negro y, digamos, era medio gótico. Siempre llevaba una pulsera de pinchos y siempre iba de negro. Pero no era uno de estos góticos que se maquillan y que parecen unos muertos de verdad. No. Él era un chico normal, que siempre va un poco lúgubre pero con ropa normal.
Malena era una chica bajita y muy maja. Su pelo era rubio y ondulado y sus ojos de un color verde oscuro. Era muy guapa, sin embargo a veces se metían con ella solo por llevar unas cuantas pecas en la cara. Pero eso no le quitaba atractivo.
Y bueno, Laura era la mejor amiga de Violeta. No solo porque ella fue la primera y única en hablarle en clase. También porque tiene bastantes cosas en común con ella. Para empezar, se parecen en el aspecto. Laura tenía el pelo un poco más largo que Violeta, pero el mismo color negro carbón. Tenían la misma estatura y eran igual de delgadillas. No tenía sus ojos, pero bueno, no todo sería igual. Y además; tenían los mismos gustos musicales, odiaban las mismas cosas, los mismos gustos de cocina, las mismas asignaturas preferidas y los mismos estilos de vestir. Violeta se sentía muy bien de haber encontrado a alguien así.
Hadan le quitaba el papel de aluminio a su bocata. Al ver su contenido puso una mueca de disgusto.
-Oh, otra vez paté. ¿Es que no sabe poner otra cosa?
-No lo tomes con tu madre, tómalo con la comida que hay en tu casa-le dijo Malena.
-Si, ¿y quién compra la comida? Mi madre, a si que le voy a echar las culpas a ella-de reojo observó el bocadillo de Violeta-Oye, ¿me lo cambiaas?
-No, yo quiero mi bocadillo.
-Jo, es que el tuyo es de jamón.
-¿Y?
-Pues que es injusto, ¡yo quiero!
Violeta se encogió de hombros.
-Díselo a tu madre.
Con desgana, Hadan empezó a masticar su almuerzo.
Tras pasar un rato hablando de sus cosas, Laura les planteó una cosa:
-Ey, podíamos ir esta tarde al nuevo parque que han hecho. De paso, nos distraemos un poco. Que yo me aburro.
-Vale, porque tenía ganas de ir a verlo. También han hecho un kiosco en frente y quiero comprar algo-le dijo Malena.
-Por mi bien-le contestó Hadan-Yo también me aburro y prefiero ir por ahí a quedarme en casa.
-Bien, ¿y tú Violeta?
Ella le dirigió una mirada de disculpa.
-Lo siento, no puedo. Aún tengo que hacer el trabajo de historia y hoy no están mis padres. No creo que les guste que salga de casa sin su consentimiento.
-Pues mejor, no se enterarán ¿no?-le propuso su amigo gótico.
-No, lo siento. Prefiero quedarme en casa y hacer el trabajo. Otro día, ¿vale?
-No pasa nada-le consoló Malena-Esas cosas pasan, otro día quedaremos todos.
Violeta sonrió.
-Gracias.
Violeta se despidió de sus amigos y se encaminó hacia su casa. Tocó el timbre, pero nadie le abrió. Entonces recordó que sus padres se habían ido. Sacó sus llaves del bolsillo de su chaqueta. Metió la llave correcta en la cerradura y esta se abrió. Dejó su mochila en el suelo de la entrada y fue hacia la cocina para comer algo. Y vio una nota en la nevera:
Violeta, tu padre y yo ya nos hemos ido como sabrás.
Te he dejado unos macarrones en la nevera, caliéntalos
y listo.
Te quiere mucho, mama.
-Vaya, macarrones-suspiró.
Abrió la nevera y sacó el bol de macarrones. Los puso en microondas y esperó.
Como sus padres no estaban, pudo permitirse el lujo de ver la televisión mientras comía. A si que la enchufó. No es que hicieran buenos programas, pero por lo menos se distraía.
Terminó de comerse todo el bol y los puso en el fregadero. Le hizo un favor a su madre y fregó el cacharro.
Se dirigió a su cuarto y puso el ordenador en marcha. Esta vez tenía que hacer el trabajo como sea. Solo hizo un poco el domingo, pero aun así aún le quedaban 98 páginas que rellenar. A si que se puso manos a la obra.
Tardó casi toda la tarde, cuando hubo terminado ya eran las ocho y cuarto. Se sorprendió bastante saber que aún no habían llegado sus padres. Vale, su tía estaba lejos, pero no tanto. A las siete o por ahí deberían haber vuelto ya.
Cogió el móvil y marcó el número de su madre, porque su padre estaría conduciendo y no quería molestarle. Sonaron varios pitidos, pero no contestaron. Lo volvió a intentar, pero nadie contestó. Probó con su padre y lo mismo. Esto ya empezaba a preocuparle.
Ellos siempre tenían el móvil encendido.
Entonces sonó el teléfono de casa.
Violeta corrió a por él y descolgó. Y una voz desconocida le hablaba desde el otro lado
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